Lunes
No olvidarme de comprar tulipanes. Cuando llegue todo eso que ahora deseo —el calor, el buen tiempo—, los echaré terriblemente de menos. El florista me da uno de esos sobrecitos que prometen alargar la vida de las flores. Me dice que por las noches las deje en la terraza, para que vuelvan a cerrarse. Yo le contesto en silencio, con el mismo gesto de negación que hago cuando voy al dermatólogo a mirarme una mancha y me ofrece ponerme bótox. Si algo tenemos que aprender de las flores es justamente a no buscar alargar su vida, ni su belleza. Poner ese producto es no haber entendido nada sobre su propósito ni sobre su poder.
Martes
Mi amiga ha plantado tulipanes en su jardín. Vive en la otra ladera de la montaña. Me envía fotos de uno amarillo que ha nacido al revés que el resto de su familia, en la que todos son de color rosa. Es la misma amiga con la que hablo de la insoportable levedad del bótox. También hablamos de flores y de muerte y, sobre lo oculto, nos entendemos con tan solo un par de palabras, y volvemos rápido a trucos naturales para arrugar la frente un poco menos. Pero con esa foto del tulipán amarillo siento que me ha mandado un mensaje. Que hay gente que se siente adoptada en su linaje, otros llegan para levantar un dolor ancestral, y ambos están llamados a hacer sobrevivir al clan.
Miércoles
Hablo por Instagram con una maestra zapatera de París que me quiere regalar unos zapatos. Desde que la bruja me dijo que activo dinero para los demás, vivo sin culpa sino con dicha mi segundo oficio de influenceuse (suena bastante mejor en francés). Se dirige a mí de usted durante toda la conversación, y yo le contesto del mismo modo.
En francés se trata de usted (vouvoyer) incluso con personas de la misma edad, y esa formalidad se mantiene durante más tiempo y con más naturalidad que donde yo vivo. Aquí pasamos al tuteo (tutoyer) en lo que dura un latido. A veces el usted ni siquiera se presenta. Tratar de tú se ha vuelto casi una manera de forzar una cercanía que en realidad no existe. Y además, el usted se asocia con lo más temido: la vejez. Desde que viví un tiempo en París, mi relación con el vous cambió.
¿No es tratar de usted a un desconocido la forma más invisible de decir sin decirlo que reconoce la distancia, que sabe que no sabe quién es el otro, y lo dejará claro en cada verbo, en cada posesivo que escoja para dirigirse a él? Y, así entonces, cuando se pase al tú, la transformación que se produce será casi alquímica, casi tan poderosa como dos cuerpos que se juntan en uno. No hará falta ni cuerpo, las palabras ya hablarán de lo que sus almas han hecho.
Creo que deberíamos al menos inventarnos un verbo, como los franceses. Algo así como “ustedar”. La ausencia de palabra habla por sí sola de otro tipo de ausencia. (Se aceptan sugerencias, esta ha sonado fatal, lo sé).
Después de decirle a la francesa mi talla de calzado, se me impone la pregunta sobre cuántas personas de mi entorno tendría que tratar de usted si quiero un poco de realismo.
Jueves
“¿Cómo estás?”, le pregunto a una vieja amiga que me encuentro justo antes de que deje el barrio. Acaba de ser mamá.