Algo está avanzando a pasos casi tan agigantados como la Inteligencia Artificial: la cultura del skin care. Cuando escribí ¿Baby Botox o Boomer? hace casi un año, no tenía ni idea de que le sucederían piezas tan alarmantes como la que habla de los Sephora Kids: niños de ocho años que dan tutoriales en TikTok sobre rutina de la piel.
Pero en verdad no me hace ni falta acudir a la prensa para darme cuenta: en una ronda rutinaria por mis stories hay una persona anunciando que va a ponerse botox porque se le empiezan a marcar las arrugas de la frente y otra rechazando una propuesta de sugar baby argumentando que ya no es un bebé, que ya ha empezado con el botox.
La verdad es que lo entiendo perfectamente. Envejecer no me da igual y ver a diario pruebas del paso del tiempo en mi rostro no es indiferente para mí. Sin embargo, por ahora, he decidido penetrar el misterio de ir en contra de lo que los ads y las esteticiens que visito quieren que haga. (¿Si algo se define como Anti-Edad no se está definiendo como Pro-Muerte?)
Hasta aquí, ninguna novedad. Pero hace poco he caído en algo. El hecho de que mi cara se muestre como una libre de esta toxina puede desencadenar en el otro una reacción inesperada: