“Si algo he aprendido es que nadie habla nunca de las relaciones que tiene con sus esteticistas. (…) Y, sin embargo, algo cósmico sucede mientras tocamos sus manos, embellecemos partes de su cuerpo, y ellas nos miran a los ojos durante horas, entregadas a nuestra técnica. Puedo asegurar que me cuentan muchas más cosas de lo que confiesan a sus psicoanalistas judíos de Downtown Miami.”
Esto es un fragmento de Los Cisnes de Macy’s en el que escribí sobre uno de mis temas favoritos: nuestra relación con las esteticistas.
Hace unos días fui a hacerme una limpieza facial. La mujer a la que entregué mi cara durante una hora y media me preguntó por mi edad. Treinta y tres, a punto de cumplir treinta y cuatro, le respondí. La esteticista mostró su sorpresa e insistió en que parecía muchísimo más joven, de unos veinte ocho, me aseguró. Le di las gracias.
Pero luego pensé que mostrarme agradecida significaba convertir su observación en cumplido. Dejé ir esa idea, pagué, y me fui a buscar a mi hija a la que, cuando todavía se alimentaba de mi pecho, le decía que solo le daba leche si me daba su piel a cambio.
Sin embargo no vacilé en responder con el mismo comentario a una mujer de cincuenta años que se me acercó el otro día cuando fui a presentar mi libro en la Feria de Valencia. Era una finalista de un premio literario muy importante que venía a interesarse por mi nuevo libro. Me preguntó por mi edad y cuando le devolví la pregunta, me abalancé a responderle lo mucho más joven que parecía. Me arrepentí al acto.
Decirle a alguien que ha perdido peso está por fortuna dejando de considerarse un piropo. Hoy siento que toca hacer lo mismo con la edad. Pero por lo aceptado que está socialmente quitarse un año, intuyo que no va a ser fácil. ¿Qué nos pasa con la juventud?
Susan Sontag, en su ensayo The Double Standard of Aging, escribe que la metáfora más extendida para hablar de felicidad es hablar de juventud. Pero especifica que esto es común en las sociedades industriales, no en las tribales ni rurales. Así que según ella no es algo natural, sino cultural. Sontag dice que un cierto grado de ansiedad por envejecer es normal, pero afirma que afecta más a las mujeres que a los hombres, ya que el paso del tiempo les penaliza con más dureza. Por ello todo lo que precede a ser viejo les provoca rechazo, incluso vergüenza.
¿Por qué preguntar la edad de alguien es de mala educación? ¿Cuándo se firmó ese acuerdo sin que yo me enterase? A mi juicio, preguntar por la edad de una persona es lo mismo que interrogarle sobre el tiempo que hace que cruzó el canal de parto (o barriga, si nació por cesárea) o cuánto tiempo llevamos siendo roomates en esta roca flotante. No me parecen preguntas particularmente intrusivas.
Cuando mi barriga de embarazada empezó a ser visible para el mundo, hubo un cambio sutil en mi relación con los desconocidos: empecé a sentir una disminución en la intensidad y cantidad de personas que me miraban. Perder la mirada de los demás es otro tema que me fascina y del que seguro que iré sacando punta conforme los ojos vayan disminuyendo.
No creo que sea ninguna casualidad que justo en ese momento empezara a cuidarme la piel. Desde entonces sigo una rutina de cinco pasos mañana y noche y una vez al año hago un tratamiento no invasivo de Indiba para regenerar las células. Nunca me he atrevido a pasar la barrera de las agujas.
Mi inicio en este mundo del skin care y mi embarazo llegaron en tiempos de covid, en los que las interacciones sociales eran más escasas. Cuando empezó a ser más habitual salir y encontrarse a gente en fiestas o eventos, me sorprendió lo difundido que estaba la inyección de ácido hialurónico y de baby botox, que consiste en “suavizar y paralizar el movimiento de los músculos que puedan generar arrugas y marcas de expresión desagradables que denotan el paso de los años”.
Podía estar en una fiesta rellenando mi copa de champagne y escuchar a dos personas a mi lado diciendo: “No se me nota nada, ¿ves?”, mientras una de ellas se tocaba los labios y la otra apuntaba el número de la doctora. Podía estar haciendo scrolling en Instagram y de pronto toparme con este artículo de The Cut When a Friend Gets Too Much Botox sobre cómo decirle amablemente a tu amigo que se ha puesto demasiado botox sin ofenderle.
¿Qué ha pasado en estos últimos tiempos? ¿Desde cuándo está tan normalizado inyectarse químicos? Me siento como si me hubiera ido al baño un momento en medio de una película y me estuviera costando entender la trama al volver.