Magical Thinking es un proyecto que se sostiene exclusivamente gracias a las contribuciones de los que lo leéis. Si el verano te agita el ánimo tanto como a mí, quizá te interese saber que he creado Invincible Sad Summer — un descuento del 20% en las suscripciones de pago. Solo si te apuntas durante este mes de agosto, tendrás acceso a todas las publicaciones pasadas, futuras y hasta que dure este proyecto. También podrás comentar en las entradas, si te apetece. Espero verte por aquí <3
Llevamos un mes y medio en la isla y a Greta se le ha puesto el pelo más rubio por el sol y más ondulado por la humedad. Greta es un teckel de pelo largo dorado. A nuestra hija Cleo también se le ha rizado y aclarado el pelo. Como dicen sus padrinos, se ha vuelto una niña costeña: tiene un tono dorado precioso, va siempre desnuda por la casa, el pelo asalvajado con nudos que no me deja desenredar.
Aquí la siento más alegre, más feliz de no haberse separado de sus padres en mucho tiempo y de ir recibiendo en casa a todos los que conforman su único mundo: abuelos, amigos, sus tíos de Nueva York… Tan pronto decimos adiós con la mano a alguien desde la puerta de casa llega otra persona que le cae genial. La vida desde sus ojos me gusta mucho más que desde los míos.
En nuestro primer aniversario, fuimos a buscar a Greta a Alsacia en coche desde Barcelona. Ahora estamos atravesando el octavo y ella a sus siete años. La noche que la recogimos la pasamos en un hotel de carretera a medio camino entre Alsacia y Barcelona. La pusimos a dormir en el lavabo para evitar que manchara con pis la moqueta de la habitación. Yo me dormí al instante. P, en cambio, terminó acostado a su lado, en el suelo del lavabo del hotel. Quería asegurarse de que estaba bien.
Cuántas noches de fiebre alta de Cleo, P ha terminado durmiendo en el suelo dándole la mano a nuestra hija entre los barrotes de la cuna… Esta forma de dividirnos la tarea en esa primera noche con Greta ha sido curiosamente la misma que pasó con nuestra hija cuando sus necesidades eran mayores que las de ahora: yo funcionaba mejor de día, él era más capaz de soportar la noche.
Una de mis dudas secretas cuando me preparaba para ser madre era cómo iba a ser posible que quisiera más a mi hija de lo que quería a mi perra. Yo seguía en la otra orilla del lago, me quedaba poco para empezar a verlo todo desde el otro extremo. ¿Y si voy a ser una madre horrible que prioriza a su perra por encima de su hija? Me parecía imposible derretirme en una ternura mayor de lo que lo hacía con Greta.
Supongo que esa es la misma duda que se hacen las madres embarazadas de una segunda criatura cuando se preguntan cómo va a ser posible amarle igual que a la primera.
Sea como sea, ese miedo mío era muy de verdad. Sobre todo porque antes de conocer a mi hija ningún bebé me parecía realmente adorable. En cambio, un cachorro podía cambiarme el humor al instante, podía pensar en él para pasar la tortura de una resonancia magnética, me enviaba directamente a lo mejor de mi infancia: los tres perros con los que crecí.
La semana pasada compartí cómo fueron las primeras semanas de la llegada de Cleo. Para aligerar esos días en la unidad, P y yo nos íbamos preguntando en un susurro: ¿Te sigue pareciendo más mona Greta? Estábamos expectantes, comprobando con el otro si ya nos había subido la supuesta pastilla del amor cuando tienes a una criatura.