Magical Thinking by Leticia Sala

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Tres pájaros en el cielo
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Tres pájaros en el cielo

Sobre la decisión de tener más hijos

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Leticia Sala
Oct 07, 2023
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Estaba sentada en la cafetería terminando mi matcha latte cuando vi a Sharon en la acera de enfrente, arrastrando un carrito de bebé. Al instante recordé que hace cosa de un año me la había encontrado justo en esa misma cafetería con su hija. Supimos en ese momento que ambas habíamos sido madres de una niña con muy pocos días de diferencia. En ese breve encuentro hablamos de nuestras hijas, me contó que vivía en Alemania, que a veces se planteaba volver a Barcelona para vivir cerca de sus padres, pero que la idea de regresar a su ciudad natal tampoco le seducía. No recuerdo mucho más de nuestra conversación pero sí que al despedirnos nos abrazamos con profundo cariño, y que cuando nos separamos pensé que la mirada de Sharon me seguía transmitiendo una mente científica con un corazón alegre.

Sharon fue mi primera amiga. Me enseñó a cruzar el velcro de los zapatos en forma de cruz y lo que significa de verdad ser líder. Teníamos cuatro años cuando me propuso darnos un beso con lengua. Ella ya se había dado muchos besos de este tipo con amigas, para mí era una hazaña nueva. Recuerdo —con la misma sensación lejana pero exacta como se recuerdan las contracciones de un parto— lo áspero y extraño que me supo ese contacto. Un viernes nos intercambiamos nuestra ropa de arriba a abajo y el lunes ambas nos las devolvimos con la cabeza gacha, a ninguna de nuestras madres les había hecho gracia nuestra idea.

Cuando la vi en la acera de enfrente de la cafetería, mi primer pensamiento fue que estaba paseando a la hija que yo había conocido un año atrás, pero el tipo de carrito que arrastraba (uno en el que el bebé está colocado en horizontal) me hizo descartar la posibilidad de que estuviera llevando a una niña de dos años. Sobre la maternidad no puedo asegurarte mucho más que el hecho de que te convierte experta en carritos.

Solo podía significar una cosa: Sharon había sido madre por segunda vez. Además el cochecito no era uno con los que se puede viajar en avión, lo que me hizo deducir que finalmente había decidido renunciar a vivir fuera para estar cerca de sus padres, ahora que tiene dos criaturas.

Hace tiempo que ya no me pregunto qué es lo que le ha llevado a alguien a ser madre. Lo desconocido me parece una razón suficientemente buena. Qué es lo que le ha llevado a esa madre a repetir la experiencia es lo que me fascina ahora.

¿Esas madres tienen una cabeza totalmente distinta a la mía? ¿Tuvieron un parto sin dolor? ¿Les tocaron bebés trampa que durmieron plácidamente desde el primer día? ¿Tienen dinero asegurado para costear otras dos vidas además de la suya? ¿Esas madres no tienen miedo? ¿Sharon no tiene miedo? Sé que la respuesta a estas preguntas es no, menos las del miedo.

Deseo preguntar a cada una de las familias que veo por la calle cuáles fueron sus motivos para tener los hijos que tuvieron. Entonces recuerdo la entrega con la que los niños suelen explicar el número de hermanos que tienen, si es que tienen, su nombre, los años que se llevan y sus sabores favoritos. Qué poco saben ellos del iceberg que habita en esa respuesta.

En la primera sesión con mi nueva psicóloga perinatal, le hago un resumen de mis últimos tres años, desde la primera pérdida de embarazo hasta mis dos años post parto. Le confieso que me gustaría no sentir dudas sobre la decisión de si tener o no más hijos. La terapeuta me enseña su folio din A4 donde no cabe una frase más y me responde: “esto es lo que he tenido que apuntar sobre las cosas que te han pasado en los últimos años, y solo es un resumen de tu propio resumen. ¿Cómo no vas a sentir ambivalencia?”

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