Todo es un timo. El matrimonio como institución, la maternidad que nos vendieron, las cremas anti-aging (huye si combinan estas dos palabras), el verano con sus falsas promesas de felicidad, la bebida de avena, los globos, el París bohemio y candoroso (el blasé, enfurruñado y listo no decepciona.)
Son tantos los timos que nos rodean, que me pregunto si sirven para algo. Y creo que sí: mientras sus brazos ondean suplicando nuestra atención, otras cosas suceden fuera del foco.
Por ejemplo, un martes a las siete de la tarde. ¿Quién espera algo de ese momento exacto de la semana? Nadie. Por eso siempre me encuentra contenta, cenando con mi familia y contándonos el día por turnos alrededor de la mesa de la cocina.
Otro ejemplo: la Luna llena. En esta parte del mundo no dedicamos ni un ritual a semejante escándalo de belleza. Es incomprensible. No sé si la Luna está más hermosa o si soy yo que al hacerme mayor aprendo a verla mejor, pero cada mes me deja sin habla. Me encanta que no se deje fotografiar. Nos observa ladeando el rostro, con infinita compasión, también tristeza. Supongo que no se puede mirar al mundo desde tan alto sin estar un poco triste. Ella está viendo todos los timos. La Luna es una mujer, no puede ser otra cosa.
¿Sabes lo que no es un timo?