Preguntas Frecuentes
Contesto a vuestras preguntas sobre: Miedo a ser madre, Cómo ser feliz en Navidad, Cómo saber si es LA persona, La admiración en pareja, Quién soy cuando estoy a solas, y otras.
¿Es necesaria la admiración en la pareja? ¿Dura eternamente?
El otro día estaba con P en un tren en dirección Madrid. Antes de arrancar, yo le estaba hablando de una inquietud mía, pero le notaba distraído. Le pregunté qué pasaba y me respondió nada mientras seguía observando algo. No entendía qué había de tan interesante en mirar a personas colocando maletas arriba de sus asientos. De pronto P exclamó: “¡Eh!” a una chica en la que yo no me había ni fijado. La mujer se asustó con el grito, se giró en nuestra dirección, y miró a P con la cara exacta de la culpabilidad. Salió corriendo del vagón.
P le dijo a un pasajero extranjero que mirase si seguía teniendo su cartera. Nadie del vagón se había enterado. Los dos pasajeros de delante —hombres ejecutivos exactamente como te los estás imaginando en un tren Barcelona-Madrid— se quedaron anonadados, palpando los bolsillos de su traje con cara de desorientación y miedo.
De vuelta a casa, en el trayecto en dirección opuesta, yo estaba escribiendo en mi portátil, aprovechando que el vagón estaba en silencio. De pronto escuché en el asiento de delante un ruido muy parecido al de cuando abres una botella con gas y todo el agua se dispara sin control. No le di mayor importancia, más allá de sorprenderme por su duración. El pasajero que estaba delante se levantó y se quedó mirando hacia el asiento de su lado, el lugar de donde provenía el ruido.
Pensaba que estaba recogiendo el líquido de la botella vertida cuando de pronto empezó a caer un río de líquido grumoso proveniente del asiento de delante. No se trataba de una botella agitada, sino de alguien que estaba vomitando sin parar y cuyo vómito se estaba expandiendo por todos los lados. Era una niña, de unos nueve años, y su padre el que estaba agachado. El vagón iba lleno, los que estaban en los asientos más cercanos vieron lo que pasaba y siguieron con lo suyo.
Al acto, P, cuyo asiento daba al pasillo, se dirigió al servicio más cercano, cogió un montón de servilletas y se las tendió al padre, que naturalmente, ni le miró a la cara y se centró en ayudar a su hija que seguía vomitando. Fue el único en todo el vagón en movilizarse por estas dos personas.
Al principio admiraba a P por plantar cara a quien se metía con él, por levantar dos empresas, por decir te marco y no te llamo cuando hablaba con sus amigos de la época de México. Ahora le admiro por cómo atiende al mundo de fuera, por su agilidad a la hora de tomar acción sin un interés egoísta.
Así que creo que la admiración dura lo mismo que lo que dura el amor. Me refiero, si no le amara, ¿me habría fijado en estos dos actos? Quizá hubiera estado más atenta a la preocupación que le estaba compartiendo a la ida, o al texto que estaba escribiendo a la vuelta, que en observarle a él. No existe admiración sin amor, igual que no existe amor sin atención.