Con estas cartas y algún libro mío no debería ser difícil adivinar varios de mis miedos o experiencias traumáticas. Pero hay ciertas cosas que, de compartirlas, lo sentiría como un atentado sin precedentes contra mi intimidad. Una de ellas es el perfume que uso. Por razones que se me escapan, no soy capaz de revelarlo en público. No es por miedo a que alguien lo copie, a ser juzgada, o porque sea demasiado exclusivo (no lo es), sino porque sin pedirme permiso se ha instalado en mi jardín particular. Si me lo pregunta una amiga se lo digo sin problema, aunque es posible que baje la voz sin darme cuenta. Es un misterio qué cosas decidimos resguardar en nuestro jardín particular y cuáles dejamos escapar de él.
Sé que en lo del perfume estoy bastante sola. Pero hay otras cosas que de forma casi universal parecen destinadas a ese lugar secreto al que solo se accede bajando la voz. Llevo un tiempo observándolas.
La primera es solo mía, el perfume. La segunda, la descubrí en el gimnasio en el que estoy inscrita desde hace solo unos meses. Lo frecuentan sobre todo señoras mayores con las que mantengo una relación ambivalente. Por un lado, deseo su vida cuando sea mayor (¿quién no querría perderse el final de la clase de sevillanas porque le vienen a casa a acuchillar el parquet?) Se conocen entre todas, se despiden con un 'hasta mañana' y parecen dominar todos los entresijos del establecimiento.
Por otro, tomo nota mental de lo que no quiero ser. Cuando se están cambiando en el vestuario y una le dice a otra que está muy guapa, siempre baja el tono de voz. A veces, la que recibe el piropo responde en un susurro tan leve que ni mis mejores orejas —muy entrenadas— logran captar lo que dice. En las pocas ocasiones en las que no baja la voz, simplemente responde con evasivas.
El hecho de que lo digan susurrando convierte ese supuesto cumplido genuino en algo más perverso. Implica que su belleza no puede deberse solo a haber dormido bien, a estar teniendo buen sexo o a haber dado con unos buenos suplementos alimenticios. No. Pertenece a lo secreto. Has hecho algo que no quieres desvelar, te lo diré en voz baja para que solo me lo confieses a mí. Por eso tomo nota mental, para recordar lo que no quiero hacer cuando llegue a su edad. Esas mujeres no tienen la culpa: para ellas, la belleza sigue siendo un bien escaso, limitado en el tiempo y en quiénes pueden poseerla.
La tercera cosa por la que bajamos el tono de voz es el dinero. Me fascina este tema, precisamente porque no se habla de él: