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Lo más emocionante de mi último San Valentín no me pasó a mí, sino a una amiga que recibió una carta de amor anónima en el buzón de su trabajo. Nos pasamos varios días investigando quién se la debía de haber enviado. Era un poema escrito por el chatGPT, en inglés, rimado, lleno de lugares comunes, pero dos menciones particulares aseguraban que mi amiga era la destinataria. De pronto este chat consiguió captar mi atención.