Si pudieras lanzar una sola pregunta a David Hockney, ¿cuál sería? Yo la tengo preparada: “Sé de su fascinación por los perros salchicha y por las piscinas pero ¿qué me dice de la fascinación de los perros salchicha por las piscinas?”
Una de esas señoras que solo empieza a existir cuando paseas a un perro me dijo una vez: “Están los perros, los gatos y luego los teckels.” Para las que no estén familiarizadas por el perfil arquetípico de un teckel (a.k.a. perro salchicha), lo resumiré brevemente: son obsesivos, tozudos, desconfiados, protectores y familiares. Son perros sólo con quien ellos quieren serlo.
Desde la ventana de donde ahora vivo veo una piscina enorme que pertenece a la comunidad del edificio de al lado. No tengo acceso a esa piscina, solo ocupa una gran parte de mi campo de visión cuando miro por la ventana. De hecho no me hace falta asomarme para verla, el movimiento del agua se refleja en las paredes de varios cuartos del piso, y según la hora, ellas son lo primero que veo desde mi cama cuando abro los ojos.
Me gusta observar la vida de esa piscina: a qué hora acude más gente, cómo la miran, dónde se colocan los bañistas, cómo se ve en medio de una tormenta (espeluznante), cada cuánto viene el piscinero, cómo atraviesa sola la negra noche… Puedo llegar a conseguir dormirme pensando que seguirá aquí cuando llegue el invierno.
Pero hay alguien con una capacidad muchísimo más grande que yo de no dejar de mirarla: mi perrita Greta. Todos los teckels que he observado tienen una relación obsesiva con las piscinas, y mi perra no es excepción. Lo pasa fatal cada vez que nos metemos en una, empieza a gemir y a ladrar sin consuelo. La piscina es una amenaza grave para nuestra supervivencia y ella nos tiene que salvar.
Ahora gime del mismo modo con los bañistas de la piscina vecina y agudiza su llanto y movimientos si se trata de niños pequeños. Estas personas nunca sabrán que a cien metros de sus cuerpos en remojo hay una perra tamaño mini velando por su vida.