Para Mary Oliver, de todas las cosas que ama en este mundo —y son muchas— muy cerca del primer puesto de la lista se encuentra: perros sin correa.
Para mí, de todas las cosas más tristes de este mundo —y son muchas— muy cerca del primer puesto de la lista se encuentra: perros perdidos.
Estas dos palabras juntas —perro y perdido— son un oxímoron desalmado. Solo hace falta ver cómo nuestra perra Greta se mete en el mar cuando nos estamos bañando los tres, aunque deteste mojarse y sus orejas corran el riesgo de infectarse, para concluir que somos el aire que respira.
Hace unas semanas, abrí la puerta de nuestro piso de la Rue de l’Abbé Grégoire y me encontré a P aguantando una bolsa con comida china en una mano y una perrita poodle de color marrón en la otra. Se la había encontrado en el recibidor del edificio. A ambos nos sonaba esa perra de haberla visto con un vecino. De hecho esa misma mañana me los había cruzado en el recibidor y cuando le saludé, noté que en su bonjour había un acento extranjero.
La abracé como a un recién nacido, y al instante ambas nos sentimos perfectamente confortables en compañía de la otra. De hecho olvidé su presencia en mis brazos, algo que solo me pasa con Greta, con mi hija, y con el primer café del día. Asumí de forma inconsciente que el devenir de esa perrita estaba enteramente en mis manos.
Lo primero que hice fue subir con ella en brazos por las escaleras de caracol. La madera crujía tras mis pasos, y por un instante me alegré de tener un motivo para explorar el edificio. Llamé a todos los pisos de cada planta, nadie me contestaba. ¿De verdad no había nadie en ninguno de esos hogares un sábado a las siete de la tarde? Cuando llegué al quinto piso, encontré una puerta abierta de par en par.
Solo podía ser la del vecino. Asomé la cabeza: silencio, muebles de diseño coloridos, una distribución totalmente distinta a la de mi piso. Cuánto placer oculto en saber qué ha hecho otra persona con el mismo espacio. Supongo que entre vecinos y hermanos hay una misma pregunta: ¿Cuál ha sido nuestra estrategia ante el mismo tablero?
Nadie contestó a mis palabras ni al timbre y no me atreví a entrar. Volví a casa, arranqué una hoja de mi libreta y dejé una nota en el ascensor, que se encontraba en el recibidor:
P comentó: “Es raro que la puerta estuviera abierta; espero que no le haya pasado nada al vecino y que se haya tenido que ir corriendo sin la perra”.
En teoría del Guión, un recurso muy manido para convertir a un personaje en bueno es hacer que salve a un gato. De hecho, hay un libro que se llama ¡Salva al Gato! donde se menciona exactamente ese truco. En la segunda temporada de And Just Like That…Sex and the City, siento que intentaron salvar a uno de los personajes más odiados por la cultura popular, Che Diaz, haciendo que salvara a un gato.
Lo que quiero decir es: ¿quién no se siente terriblemente bueno cuando la vida le da la oportunidad de salvar a una mascota indefensa? Y sin embargo, con toda honestidad, la teoría de P me sedujo demasiado.
La siguiente media hora estuvo llena de candor y adrenalina.