No entiendo por qué mi pis dura infinitamente más que el del resto de personas de los baños públicos. A menudo cuando entro al mismo tiempo que alguien, siempre me quedo sola con mi pis mientras que la otra ya ha zanjado el asunto rapidísimo, incluso cuando asegura que se muere de ganas de hacer pipí. No me enorgullece esto que me pasa. De hecho cuando era pequeña lo cortaba antes de hora para equiparar el tiempo del sonido de mi pis al del resto de personas. Eso está fatal, puede provocar infección de orina. No aceptar ser diferente siempre lleva a alguna que otra enfermedad. Nunca veo las caras de las del pis corto, ni ellas me ven a mí: cuando salgo a lavarme las manos ya están bien lejos de los baños públicos.
No entiendo por qué no soy capaz de hablar por teléfono en el transporte público sin importarme que absolutos desconocidos escuchen mi conversación. Si no me queda más remedio que coger esa llamada, me taparé la boca con la mano para que no me lean los labios, dependiendo de la persona que me haya llamado cambiaré a otro idioma para que no me entiendan, iré moviéndome de asiento para que nadie pueda seguir el hilo de la conversación al completo. Me pregunto si los que descuelgan esa llamada en medio del vagón sin titubear saben que el resto de pasajeros va a tener acceso a información que nadie había pedido. Y además van a juzgar todas sus respuestas. Juzgarán cómo contestan a su madre, se enterarán de quién lleva los pantalones en su relación y extraerán una opinión de ello, sabrán dónde se dirigen, el lugar en el que el repartidor tiene que dejar el paquete… Es mucho mejor que lo sepa el algoritmo, al menos él no juzga ni opina.