¿Cómo empiezo a contar esta historia? ¿Dónde la corto? ¿Cómo logro que trascienda de la anécdota? ¿Cómo consigo un tono unificado cuando la trama está llena de ternura, de terror, de sangre, de fluidos y de fuerza? ¿Cómo escribo sobre esto sin añadir ni un ápice de victimismo? Hoy, 180 mujeres darán a luz en una zona del mundo cuyos horrores quedarán grabados en nuestra consciencia colectiva. A mí me dieron a mi hija en brazos, en el silencio de una ciudad que duerme y no temí por nuestras vidas en ningún momento.
En mi práctica diaria escribiendo, no suelo anticipar estas preguntas cuando me enfrento a un texto. Las respuestas se abren paso conforme lo concibo y avanzo con él. Es el mismo juego intuitivo y libre que hago para vestirme. En cambio cuando me enfrento a escribir sobre mi parto, las preguntas me dejan temporalmente paralizada.
Entonces me acuerdo de que el propósito de Magical Thinking siempre fue explorar y recobrar la libertad en mi escritura. Dicho de otro modo, que la pregunta “¿A quién le importa la historia de un parto cualquiera?” no permee en mí, ya que es a mí a quien le importa, la única que lo tiene que parir. Es a mí a quien la historia le deja paralizada momentáneamente, y tanto por mi oficio de madre como por mi oficio de escritora, quedarse paralizada es un privilegio que ya no me puedo permitir.
Mientras me pregunto cómo logro que esta historia pase de lo particular a lo universal, caigo en la obviedad de que si algo nos une a cualquier humano es haber estado presentes en un parto. No solo eso, sino que la totalidad de los humanos hemos sido protagonistas de ese mismo acto. Por ahora todos venimos de esa primera separación, un ritual en el cual nuestro cuerpo se emancipa del de nuestra madre, y eso no viene sin sangre ni sin dolor.
Lo que también nos une a todos es que no lo recordamos. Y pienso, no sé si para sentirme legitimida a contar esta historia o para librar a mi hija de este dolor, que la historia de un parto le pertenece a quien la recuerda. Como si existiera un transplante en la posesión de nuestra misma vida: nuestro nacimiento no es nuestro. Sí lo es el de nuestros hijos. (Eso lo escribí en mi último libro).
Cuando me refiero a “La historia de mi parto”, ¿estoy mencionando el que tuvo lugar el 12 de mayo de 1989 o el que ocurrió el 4 de agosto del 2021? Lanzo esta pregunta a la Real Academia Española y me responde: La expresión “el parto de” es ambigua, pues puede emplearse en referencia a la madre o al feto.
Lo intento pero no lo consigo. No logro contener esta pregunta: ¿El hecho de que la Real Academia Española ampare esta ambigüedad, podría significar que el lenguaje admite la posibilidad de que sea ambiguo quién de las dos personas presentes en ese acto está naciendo realmente?
Con estas preguntas lingüísticas y morales resueltas solo en parte, me lanzo a escribir la historia de mi parto. Hacerlo también es tirar mis armas al suelo. Este relato nunca va a contar con la precisión que me gustaría, y eso habla de mis propias limitaciones como escritora, igual que el fondo habla de mis propias limitaciones como madre.
Tres cosas no quiero olvidar sobre el último día que mi hija y yo compartimos cuerpo: