“¿Qué hacían mis manos antes de tenerle?”
Mi hija tenía dos meses cuando me topé con esta pregunta de Sylvia Plath. Ese mismo año empecé a usar crema para las manos. Ahora forma parte de mi rutina de noche, esparcir mi Weleda de espino amarillo y ponerme a leer hasta que me vence el sueño (nunca me vence, más bien finjo estar dormida para conseguir dormirme). Dos cosas definían una madre para mí antes de serlo: tocar la pantalla del móvil con el dedo índice y ponerse crema en las manos por la noche, con la espalda recostada en el cabezal de la cama.
Nada más nacer mi hija me abrumó la sensación constante de no tener las manos disponibles. Con una la sostenía a ella, con otra el biberón. Con una le subía las piernas, con la otra le ponía el pañal. Con la palma aguantaba su nuca, con la otra vertía agua en su pelo, etc. Si algo me gustaría que supieras de los primeros meses post-parto es eso, que te quedas temporalmente sin manos.
Ahora que ya no es un bebé, he recuperado una mano. Con una, le aguanto la mochila, la subo a mi cintura cuando se cansa, le ofrezco agua y galletas, le doy la mano al cruzar la calle, llevo la pinaza y las flores silvestres que me va dando por el camino. Con la otra voy moviendo los deditos, todavía un poco incrédula de esa nueva libertad.
Imagino que llegará el día en que recuperaré mis dos manos. Y entonces, con ambas extremidades de vuelta, lo sabré: