El amor era esto

«Siempre que te gusta lo que estás comiendo, te fijas en cuánto queda», me dice el hombre al que quiero después de que mis ojos se dirijan involuntariamente a la fuente de alcachofas de Tudela que estamos compartiendo.

Hemos ido a comer al Igueldo para celebrar su llegada después de un viaje de trabajo. Nos recibe Ana con su calidez y educación vasca, y se impresiona al ver a nuestra hija tan mayor. La última vez que la vio estaba dormida en un carrito de bebé. A veces me asombra y me enfada un poco pensar que no recordará esta época tan mágica de su vida, ni el nombre de sus amigas que ahora lo son todo, ni el de sus cuentos favoritos. Pero de qué me quejo, si yo no recordaba hasta ese momento que el Igueldo era el restaurante al que íbamos después de cada ecografía importante, para celebrar que todo había salido bien. Ana sí lo recordaba, incluso del día en que nos dijeron que era una niña. La relación que se crea con aquellos que nos proveen con comida también es esto, para ellos nos quedamos congelados en la última vez que fuimos a visitarles.

Me reí con el comentario de P, por lo cierto que era. Siempre que cocina una de sus pastas deliciosas, en el primer bocado ya le estoy preguntando: ¿Se podrá repetir? Es delirante el nivel de control que necesito sentir sobre el placer. Será porque soy Tauro o porque crecí encima y dentro del restaurante de mis padres y por eso la comida siempre estaba tan lejos y tan cerca, o será porque tengo una relación disfuncional con la muerte de las cosas, no lo sé. En fin la cosa es que me quedé pensando en algo sobre el amor, en cualquier tipo de amor, en realidad. En las veces en que nos estaban amando y no lo sabíamos, y viceversa: