«Te he sentado al lado de una bruja», me dijo la anfitriona días antes de la gran noche. Sabía que acudiría a una cena donde estaría sentada en una esquina de ‘brujas-yogui’, como la definió ella. Tuve tiempo de imaginar a la bruja con la que me encontraría, pero nada coincidió con la realidad. Sobre todo, el hecho de que llevara… un bolso Chanel.
Me interesó en el acto. No por el objeto en sí, sino porque llevarlo demostraba que el papel de bruja no la había devorado y que no se movía bajo el discurso, aún vigente en mi país (que no en el vecino), de que a una mujer con ideas no puede interesarle la ropa. (Os sorprendería saber cuántas mujeres intelectuales me han confesado que evitan mostrar sus bolsos para ser tomadas en serio. Pero dejo el tema, que una no quería encenderse en esta carta contra formas sutiles de opresión). El trompe-l’œil en su look fue una prueba más de lo que esa noche vendría a enseñarme.
La bruja y yo hablamos de un montón de cosas. De hecho, al día siguiente tuve tortícolis en el cuello por haber mantenido la cabeza girada tanto tiempo para mirarla. Le comenté algo sobre astrología que me viene a menudo a la cabeza: cómo este conocimiento ancestral se usa para construir una narrativa sobre nosotros mismos: «Persigo la belleza porque soy Libra», «No te contesto los mensajes porque mi ascendente en Acuario me exige libertad», frases así me sacan por completo de la conversación. Ella me respondió que en la India, donde la astrología está profundamente arraigada en su cultura, lo primero que se preguntan dos personas que acaban de conocerse no es cuál es su signo solar, como hacemos aquí, sino su signo lunar. Al parecer, es ahí donde se encuentra la información realmente relevante.
Eso me hizo preguntarme si no estamos lanzando las malas preguntas o mirando donde no debemos para llegar a ver al otro. A veces nuestra intención es buena, pero ¿qué ocurre cuando fallamos desde la primera pregunta, incluso en algo tan inocente como «¿qué signo eres?»?
Por eso, hoy comparto una serie de observaciones sobre el arte de ver al otro. Mi intención es ir desde lo más manido hasta lo más oculto.
Fijarse en cómo una persona trata a quien le sirve no es un truco infalible para verla. Los narcisistas patológicos saben que es justo ahí donde serán observados. Se asegurarán de seguir con la mirada a quien les sirve el plato, incluso de dejar buenas propinas. Quizá sería más revelador ver cómo responde alguien al ChatGPT cuando no obtiene la respuesta que esperaba.
Llegará un día, tarde o temprano, y especialmente con las personas que se supone que tenemos que conocer como la palma de nuestra mano (yo apenas conozco la mía; sé que tengo una peca en una de ellas, pero nunca recuerdo en cuál), en que nos descubriremos preguntándonos, con cierto desasosiego: