He vivido en nueve casas y en tres hogares. Sé lo que es habitar espacios bellos por fuera y hostiles por dentro. Quizá por eso me pregunto a menudo qué convierte una casa en un hogar. Hace unos años escribí este poema:
Lo que llamarás hogar:
Allá donde viva el deseo
de mejorar los hogares pasados.
Allá donde amor y materia
se presenten, tan unidos,
que al final desaparezca
el espacio que les separa.
Pero yo sigo dándole vueltas al asunto. Tiene que haber algo más, algo que trascienda los objetos. El sillón de Gaetano Pesce o las estanterías de BD pueden conformar una casa hermosa, capaz de reflejar nuestro gusto refinadísimo sin necesidad de decir una palabra. Pero eso no tendrá impacto alguno en que la casa se convierta en un hogar.
Hoy creo que, para convertir una casa en un hogar, hay que lanzar una pregunta concreta a diario: