Amor y Culpa en la Matrioska
Sobre mi madre, sobre lo que le transmito a mi hija y una noticia al final de esta carta
¿Cómo unos caramelos de jengibre en la guantera del coche podían haber provocado tal ola de tristeza? Fue poner un pie en la isla y empezar a no reconocerme.
Los encontré mientras buscaba el cable AUX para escuchar música mientras conducía por los caminos de esta isla. ¿Qué hacían ahí esos caramelos? No nos gustan. No tardé en recordar que eran los que tomaba en el inicio de un embarazo que perdí, precisamente en esta isla. El jengibre suavizaba los síntomas de mareo. Ese corto embarazo me tuvo bajo la sensación constante de encontrarme en un velero con mala mar.
Pasé por el hospital al que acudí cuando empezó el sangrado y de pronto me vino: justo ese día, cuatro de julio, se cumplían tres años de esa pérdida, precisamente en esta misma isla.
No me dio ninguna pena, al revés. Respeté a ese ser por no haber querido nacer, al menos no conmigo. Simplemente me sorprendió la aguda memoria que tiene el dolor, cómo la aguarda y cómo la transforma. Encontrarme triste repentinamente justo el día del aniversario de esa pérdida. Es como si me pidiese ser recordado durante un breve rato y luego irnos cada uno por nuestro lado, y así fue.
Si alguna vez estás inexplicablemente triste, intenta recordar si este mismo día en una vuelta al sol ya pasada, te pasó algo doloroso.