¿Sabías que no nacemos sabiendo dormir? Lo aprendemos a lo largo de nuestro desarrollo psicomotor. Al nacer nuestro sueño está en manos de las habilidades de quien nos cuida. Dormir a Cleo no fue de lo más difícil que tuve que aprender cuando salió de mi barriga, pero esa hazaña vino con una sorpresa.
Desde que aprendí a dormirla a ella, dejé de saber dormirme yo. Durante los meses que sucedieron a su nacimiento, me topé con algo desconocido para mí hasta ese entonces: el insomnio. Cleo todavía no dormía toda la noche y se iba despertando a intervalos de cuatro horas. Tras su primer despertar, yo ya no conciliaba el sueño. No poder dormir cuando la ventana para hacerlo es tan limitada es un tipo de tortura bien retorcida.
El insomnio es una cosa horrible. No hay nada bello en la imposibilidad de hacer algo igual de necesario para la supervivencia que comer. El insomnio nos somete a una soledad particularmente cruel. Nos fuerza a encontrarnos con la parte más mezquina de nuestra cabeza. Todo aquello que vamos sabiendo esquivar con maestría de día, sale de noche, con la energía de un Java Monster.