Hueles a mamá
Carta mágica, el poder del colegio, cómo identificar a un pijo de forma inmediata, una gran mentira sobre escribir, un año luz, y lo que hijos nos revelan sobre nosotros
Domingo
Me envía una nota de voz. Ha visto a una chica llorando en Central Park mientras leía un libro de Joan Didion y le ha parecido una señal para mandarme esto. No me ha dicho qué libro era pero sólo puede tratarse de uno, dos a lo sumo. Hay notas de voz que me gustaría enmarcar en un cuadro, elevarlas a algo más, que trasciendan, no me basta con pinearlas en una ventana virtual. Las notas a las que me refiero no se escuchan en x1.5, jamás. Son notas que levantan nuestros pies unos milímetros de la acera mientras llegan al oído desde los AirPods, camino al supermercado. Le respondo, hagamos una cosa: cada una tiene una carta mágica. Solo podemos hacer uso de ella una sola vez. Al hacerlo tenemos una semana para dejarlo todo listo y cruzar el continente con el fin de reunirse con la otra, sin hacer ninguna pregunta.
Lunes
No nos sacamos el colegio de encima. Y no me refiero a cómo, treinta años más tarde y a diez mil kilómetros de ese colegio, alguien puede tener un tic parecido a una persona que fue a nuestra clase y que esa coincidencia nos aleje o nos acerque de aquel desconocido, sin control alguno sobre aquella reacción irracional. Tampoco hablo de los sueños recurrentes en los que no apruebo una asignatura. Ni siquiera me refiero a cómo la identidad que tomamos en el colegio nos persigue cada vez que llegamos a un grupo nuevo. Estoy hablando de algo mucho más tangible y de lo que nadie se salva: